Sermon del monte: Bienaventurados los que lloran

Mateo 5:4 “Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación.”

 

El domingo pasado Dios nos permitió entender el verdadero significado del gozo, de la dicha profunda y la felicidad permanente, la cual difiere completamente de la “felicidad” que este mundo nos presenta, que sin duda es temporal y falsa. Este gozo del cual nos habla estas bienaventuranzas es espiritual, profundo y duradero por la eternidad, incluso en situaciones adversas porque no depende de situaciones externas, sino de una obra del Espíritu Santo en el interior del corazón del creyente en Cristo.

Y vimos que ese gozo no podrá venir a nuestra vida si primero no reconocemos nuestra pobreza espiritual, lo cual hace referencia a reconocer nuestra condición de ruina y bancarrota espiritual, nuestro pecado, y dependencia completa y absoluta de nuestro salvador Jesucristo, que frente a Dios no tenemos nada que nos haga merecedores del Reino de los cielos, al contrario, nuestra pobreza es tan grande que lo que merecemos es la muerte como consecuencia de nuestro pecado. Por lo tanto, la salvación es solamente por gracia, por medio de la fe en Jesucristo. Y el verso 3 concluye que el reino de los cielos es de quienes han reconocido esta condición de miseria espiritual. 

En este contexto estudiaremos el verso 4, el cual dice “Bienaventurados los que lloran”. Y lo primero que vamos a notar es que hay un orden cuidadoso y sabiamente estructurado por nuestro Señor Jesucristo quién es el expositor de este sermón; es decir, hay una razón por la cual primero debemos reconocer nuestra condición de miseria espiritual, vaciarnos completamente frente a Él, reconocer nuestra falta de mérito, y nuestra necesidad de El, y cuando esto ocurre nace un dolor espiritual, un lamento, un lloro que es por el pecado, un verdadero y genuino arrepentimiento.

Pero antes de desarrollar esta idea es importante que veamos que no se trata de un lloro meramente físico. Los seres humanos lloramos por distintas razones, entre ellas como una expresión de nuestras emociones, tristeza, frustración, alivio, alegría, etc. Pero también nos comunicamos por medio del llanto, generalmente cuando éramos niños y necesitábamos llamar la atención de nuestros padres, o como resultado de un dolor físico, o por último como una práctica voluntaria que aún sin una razón algunas personas se obligan a sí mismas a llorar para obtener algún beneficio o forma de manipulación.

Pero en este v4 el significado de la palabra “lloran” no tiene nada que ver con estos casos anteriores, en este verso la palabra usada en el original griego es (penthountes), que significa lamentar, estar en duelo, llorar con profundo dolor, no un llanto superficial, o natural por causa de un golpe o emoción pasajera, sino a un llanto real, a un dolor genuino y profundo, un lamento que sale desde el alma. Ahora, al poner estas palabras en su contexto podemos extraer del texto un significado aún más preciso, así como en el v3 no se hace referencia a una pobreza física sino espiritual, así mismo en este v4 no se hace referencia a un lloro físico, sino espiritual, a un lamento del alma producido al ver nuestra condición frente a un Dios Bueno, Santo y Perfecto.

 En segundo lugar, vamos a analizar este tipo de “lloro” o lamento a la luz de las Sagradas Escrituras. Si miramos con detalle el Salmo 51 podremos ver a David con un lamento y un dolor profundo a causa de su condición producida por el pecado, un pecado que se manifestó en un acto físico con Betsabe, pero que ya había tenido un origen en el corazón de David al descuidar su vida espiritual. En 2 Samuel 11:1-2 vemos que David decidió no hacer lo que debía como rey, e ir a la guerra a dirigir a su pueblo, sino que decidió quedarse en casa, y dice el texto que hasta caer la tarde David se levantó de su lecho, es decir, no había propósito en su vida, tal vez pereza, ocio, una mente desocupada y sin rumbo al desenfocarse espiritual y moralmente lo cual lo llevó a estar en el lugar equivocado mirando lo que no debía y deseándolo y dándole rienda suelta a su carne y sus deseos pecaminosos.

Luego Dios muestra su misericordia y envía al profeta Natan a confrontar a David y este reconoce su pecado y escribe el salmo 51 dónde deja evidencia para todos nosotros sobre lo que es el llanto de arrepentimiento. Aunque literalmente el salmo no expresa lágrimas físicas, si podemos ver un lamento genuino en sus líneas, por ejemplo, en el v4 dice “contra ti, contra ti solo he pecado”, denotando reconocimiento de su culpa, reconoció que ofendió al Dios Santo, en el v7 admite que está sucio a causa del pecado y ruega porque Dios le perdone y le purifique, en el v10 anhela restauración y reconciliación con Dios, y en el v17 expresa  perfectamente el llanto interior, el quebrantamiento emocional y espiritual que es incluso más profundo que las lágrimas visibles. Sin duda, este dolor o tristeza profunda lo llevaron al arrepentimiento, y esto es precisamente de lo que se trata este “lloro”, de hecho en 2 Corintios 7:10 nos dice que “la tristeza que es según Dios produce arrepentimiento.”

Un lamento muy parecido vemos en el apóstol Pablo cuando expresa “miserable de mi” en Romanos 7:24, se nota un profundo dolor un llanto espiritual. Ahora, es muy importante hacer énfasis en que este lamento o lloro no es un evento en la vida del creyente, sino un hábito, es decir, no se hace solamente al momento de nuestra conversión, sino que hace parte de nuestra vida como Cristianos, ese dolor a causa de nuestra condición, a causa de que le fallamos y ofendemos a un Dios Santo y Bueno, ese lamento por las consecuencias del pecado que nos separan de Dios debe ser constante en cada uno de nosotros. De hecho, el texto mismo nos dice “los que lloran” un presente continuo, en griego este presente implica una acción continua o repetida, no un evento puntual. El creyente debe vivir reconociendo constantemente su condición de pecado, debe lamentarse y odiar o aborrecer el pecado y debe vivir con una sensibilidad espiritual ante la Santidad de Dios.

 Por último el verso nos da una promesa que nos hace bienaventurados, o verdaderamente felices cuando lloramos genuinamente, la dicha está en la consolación. Dios ofrece consuelo a aquel que “llora” y se arrepiente de corazón, con un perdón total, y una restauración por medio de Cristo (Colosenses 2:11-14). También pone en nosotros a Su Consolador, es Espíritu Santo quien nos acompaña, dirige, consuela y fortalece (Hechos 9:31). Y por último ha prometido una esperanza futura, una promesa de consuelo para la eternidad (Apocalipsis 21:1-7). 

 Entonces, podemos concluir, que la única persona que puede ser verdaderamente feliz es la que ha sido verdaderamente triste, la que se lamenta por su condición y se arrepiente ante un Dios Santo y Justo. Porque el que “llora” así, será consolado con el consuelo de Dios mismo. 

Photo by Benjamin R. on Unsplash
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