Sermón del Monte: Bienaventurados los que padecen persecución
Mateo 5:10 “Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos.”
A lo largo de este estudio del Sermón del Monte hemos visto cómo nuestro Señor Jesucristo ha descrito el carácter del verdadero ciudadano del Reino de los Cielos: reconocimiento de nuestra condición, arrepentimiento, humildad y mansedumbre, hambre y sed de justicia, misericordioso, limpio de corazón, y pacificadores. Cada bienaventuranza ha revelado una faceta del creyente transformado por la gracia Divina. Pero hoy llegamos al cierre de esta gloriosa sección con una enseñanza que, a los ojos del mundo, parece una contradicción, una paradoja difícil de aceptar: “Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los cielos. Bienaventurados sois cuando por mi causa os vituperen y os persigan, y digan toda clase de mal contra vosotros mintiendo. Gozaos y alegraos, porque vuestro galardón es grande en los cielos; porque así persiguieron a los profetas que fueron antes de vosotros.”
Al llegar a esta bienaventuranza, el Señor nos enseña una verdad profunda, que requiere de valentía y firmeza de nuestra parte; sin duda la fidelidad a Dios no siempre trae aplausos, sino rechazo; no siempre trae aceptación, sino oposición; no siempre trae comodidad, sino sufrimiento. Sin embargo, en este sufrimiento hay dicha, hay gozo, hay bienaventuranza, porque es evidencia de que pertenecemos al Reino de los Cielos. Esta es una de las pruebas más claras de que nuestra fe en nuestro Señor Jesucristo es verdadera.
En primer lugar, debemos comprender que la persecución de la que habla Jesús aquí no es cualquier tipo de sufrimiento o rechazo, sino persecución “por causa de la justicia”. El Señor no dice: “Bienaventurados los perseguidos”, en general, sino “los perseguidos por causa de la justicia”. Es decir, aquellos que son rechazados, difamados o afligidos por vivir conforme a la verdad de Dios, por representar Su justicia, por defender Su evangelio, por obedecer Su Palabra. En un mundo que ama la oscuridad, la luz siempre será incómoda. En una sociedad que practica el pecado, la pureza del creyente es una afrenta.
Esta justicia de la que habla Cristo no es la nuestra, sino la Suya reflejada en nosotros. Es la vida santa que nace del nuevo corazón regenerado por el Espíritu Santo. Es decir, cuando un creyente vive conforme a la voluntad de Dios su vida se convierte en un testimonio que denuncia el pecado del mundo, y el mundo, al sentirse confrontado, reacciona con rechazo y hostilidad. El apóstol Pablo lo dijo claramente en 2 Timoteo 3:12: “Y también todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús padecerán persecución.” No dice “algunos”, dice “todos”. Es una realidad inevitable para el verdadero creyente. O en otras palabras, la persecución es una consecuencia natural de vivir conforme a la justicia de Dios en un mundo injusto.
En la Biblia tenemos muchos ejemplos de esto, iniciando desde Abel, quien fue asesinado por su hermano Caín porque sus obras eran malas y las de su hermano justas (1Juan 3:12). También tenemos a los profetas del Antiguo Testamento que fueron perseguidos, apedreados y asesinados por proclamar la verdad de Dios como por ejemplo el profeta Zacarías hijo de Joiada (2 Crónicas 24:20-21), el profeta Jeremías encarcelado y perseguido (Jeremías 20:2, 38:6), entre muchos otros profetas de los cuales nuestro Señor Jesucristo expresa en (Mateo 23:37). Si duda la historia de la fe ha sido una historia de oposición y persecución, siguiendo con Daniel quien fue arrojado al foso de los leones; Elías fue perseguido por Acab y Jezabel; y todos ellos, a pesar de las amenazas, de la persecución, permanecieron fieles sin doblegarse ante el mundo que se les oponía con violencia.
Cristo mismo fue rechazado por el mundo. Él, siendo el autor de la vida, Dios mismo hecho hombre, fue crucificado por sus perseguidores. El evangelio de Juan dice que “la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas”. Si al Maestro de Maestros lo persiguieron, ¿qué podemos esperar nosotros sus siervos? Jesús mismo nos lo advierte en Juan 15:20: “Si a mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán.”
En segundo lugar, el Señor no solo nos dice que seremos perseguidos, sino que debemos gozarnos y alegrarnos cuando esto ocurra. Esta es una señal de un corazón maduro en el evangelio, aquel que entiende que el sufrimiento por Cristo no es una desgracia, sino un privilegio. “Gozaos y alegraos”, dice Jesús, “porque vuestro galardón es grande en los cielos.” Esta alegría no proviene del dolor en sí, no somos masoquistas, sino de la certeza de que nuestra fidelidad glorifica a Dios y de que nuestro sufrimiento tiene un propósito eterno y una recompensa incomparable.
Cuando los apóstoles fueron azotados por predicar el nombre de Jesús, Hechos 5:41 nos dice que “salieron de la presencia del concilio gozosos de haber sido tenidos por dignos de padecer afrenta por causa del nombre de Cristo” ¡Gloria a Dios! Ellos no se quejaron, no se desanimaron, no renegaron; todo lo contrario, se gozaron porque entendieron que compartir el sufrimiento de Cristo era un honor. Así debe ser nuestro corazón. El gozo del cristiano en la persecución es espiritual, es fruto del Espíritu Santo, quien nos hace mirar más allá del dolor temporal hacia la recompensa eterna.
En tercer lugar, debemos considerar la causa de la persecución: “por causa de la justicia” y “por mi causa”, las dos expresiones apuntan directamente a nuestro Señor Jesucristo, quien es la justicia de Dios, es decir, esta bienaventuranza es solo para los que somos perseguidos por causa de Cristo. No se trata de ser odiados por nuestras opiniones personales, ni por nuestra terquedad o imprudencia, sino por representar fielmente al Señor en un mundo que lo rechaza. El creyente no busca la persecución, pero tampoco la evita comprometiendo la verdad. No calla ante el pecado para ser aceptado, ni diluye el evangelio para agradar a los hombres.
El verdadero discípulo de Cristo está dispuesto a perderlo todo por mantenerse fiel a la verdad. Así fue con Pedro, con Pablo, con Esteban, quien al ser apedreado levantó sus ojos al cielo y dijo: “Señor, no les tomes en cuenta este pecado.” (Hechos 7:59-60)¿Qué clase de corazón puede orar por sus verdugos sino aquel transformado por la gracia de Cristo? Esta es evidencia de la obra del Espíritu Santo de Dios en cada uno de los que hemos creído en Jesucristo.
Pero también debemos entender que la persecución no siempre toma la forma de violencia física. En muchos casos es el rechazo, la burla, la calumnia, la exclusión. Jesús lo dice claramente: “cuando por mi causa os vituperen y os persigan, y digan toda clase de mal contra vosotros mintiendo.” A veces el creyente sufre no por una espada, sino por una lengua. No por azotes, sino por difamaciones. Sin embargo, el Señor no hace distinción: toda oposición por Su causa es motivo de bienaventuranza.
Cuántos creyentes hoy son ridiculizados por mantenerse firmes en la verdad bíblica, por defender el matrimonio conforme al diseño de Dios, por no participar en prácticas corruptas, por no callar ante el pecado, por predicar que solo Cristo salva. En una cultura que idolatra la tolerancia y la supuesta inclusión, la santidad se vuelve una provocación. Pero recordemos mis amados hermanos, que la fidelidad al evangelio siempre será más importante que la aprobación del mundo.
En cuarto lugar, Jesús añade una razón gloriosa para este gozo: “Porque así persiguieron a los profetas que fueron antes de vosotros.” En otras palabras, cuando sufrimos por Cristo, nos unimos a la misma cadena de testigos fieles que a lo largo de la historia soportaron oposición por amor a la verdad. Somos parte de la misma historia de redención, de la misma línea de hombres y mujeres que prefirieron obedecer a Dios antes que a los hombres. No olvidemos que los apóstoles no fueron hombres que buscaron fama, sino hombres que abrazaron la cruz. Pedro fue crucificado boca abajo, Pablo fue decapitado, Santiago fue muerto a espada, Juan fue desterrado en Patmos. Y todos ellos murieron con gozo, sabiendo que su recompensa no estaba en la tierra, sino en los cielos.
Por tanto, cuando Jesús dice “vuestro galardón es grande en los cielos”, nos recuerda que ninguna lágrima derramada por Su causa es en vano. Cada afrenta, cada rechazo, cada burla que soportamos por permanecer fieles será transformada en gloria eterna. Me estremecen las palabras de apóstol Pablo en Romanos 8:18: “Pues tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse. Mis hermanos, la persecución prueba la autenticidad de nuestra fe. Si nunca hemos enfrentado oposición por causa de Cristo, tal vez debamos preguntarnos si estamos viviendo realmente Su justicia. El cristiano que se acomoda al mundo y busca evitar todo conflicto puede obtener tranquilidad temporal, pero no experimentará el gozo de la fidelidad. La fe que no incomoda a nadie es una fe que debemos analizar cuidadosamente porque tal vez sea una fe falsa.
Cristo no nos llamó a la popularidad, sino al discipulado. No nos prometió seguridad terrenal, sino una cruz. Dijo: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame.” La cruz no es un adorno, es un símbolo de entrega y sacrificio. Ser discípulo de Cristo implica estar dispuesto a perder el favor del mundo, incluso a sufrir por Su Nombre. Pero detrás de esa cruz hay una corona. Detrás del dolor, hay gloria eterna, un lugar reservado en Su Mesa (Lucas 13:29).
Así que hoy debemos examinarnos a la luz de esta enseñanza. ¿Estamos dispuestos a sufrir por causa de la justicia? ¿Estamos viviendo de tal manera que el mundo pueda ver en nosotros la luz de Cristo, aun cuando esa luz los incomode? ¿O hemos preferido la aceptación del mundo antes que la aprobación de Dios? Recordemos que no hay neutralidad en el Reino. Jesús dijo: “El que no está conmigo, está contra mí.”(Mateo 12:30). Vivamos con convicción. No nos avergoncemos del evangelio, porque es poder de Dios para salvación. No busquemos agradar a los hombres, sino al Señor. Si hemos de ser perseguidos, que sea por causa de la justicia; si hemos de ser rechazados, que sea por causa de Cristo. Que el mundo vea en nosotros no cobardía, sino firmeza; no silencio, sino verdad. Y cuando llegue la aflicción, cuando la burla o la oposición se hagan sentir, recordemos las palabras de nuestro Señor: “Gozaos y alegraos, porque vuestro galardón es grande en los cielos.” Ninguna persecución es eterna, pero la recompensa sí lo es. Ningún rechazo terrenal se compara con la aceptación celestial. Ninguna afrenta puede opacar la gloria de ser llamados hijos del Rey.
Así como los profetas, los apóstoles y nuestro Salvador padecieron, así también nosotros, si perseveramos en la fe, reinaremos con Él. Que el Espíritu Santo nos conceda valentía para mantenernos firmes, fe para soportar, y gozo para glorificar a Cristo aun en medio de la persecución.
Porque bienaventurados son los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos, y solo de ellos, es el Reino de los cielos. Amén.
Photo by Keira Burton

