Y Los Nueve, ¿Donde están?
Lucas 17:17: “ Respondiendo Jesús, dijo: ¿No son diez los que fueron limpiados? Y los nueve, ¿dónde están?”
Durante estos domingos hemos estado estudiando acerca de lo que debe producir la misericordia de Dios en la vida de nosotros los creyentes, y puntualmente nos referimos a humildad, gratitud y más misericordia. Hoy profundizaremos en la gratitud, el acto de apreciar y reconocer las bendiciones de Dios en nuestras vidas. Pero para hablar de gratitud lastimosamente tenemos que hablar de la ingratitud. Pareciera que fuera una epidemia en nuestros días, muchos hemos visto como la palabra “gracias” ha dejado su uso recurrente en nuestros hogares, trabajos, vecindarios, entre muchos otros lugares. Por ejemplo, muchos padres de familia luchan a diario porque sus hijos no son agradecidos con lo que tienen, y es muy probable que nosotros mismos hayamos experimentado en carne propia la ingratitud en alguna de sus manifestaciones. Y no solamente los cristianos hemos visto este problema. En el año 2021 la Universidad de Michigan decidió hacer un estudio de esta conducta que hace pensar a las personas que se merecen todo lo bueno que les pasa a su alrededor y por eso no lo agradecen. Los resultados de esta encuesta fueron contundentes: cito textualmente la fuente de CNN digital: “Cuatro de cada cinco padres que respondieron a una encuesta de la Universidad de Michigan Health dicen que los niños de hoy no están lo suficientemente agradecidos.” Teniendo en cuenta este diagnóstico de la realidad de nuestros días, vamos a profundizar en el texto Bíblico.
En primer lugar, el relato inicia en el verso 11 y 12 del capítulo 17 del evangelio de Lucas, exponiéndonos una situación: Jesús iba de camino a Jerusalén y mientras pasaba entre Samaria y Galilea le salieron al encuentro 10 hombres enfermos de lepra. Lo primero que analizaremos es la condición en la cual se encontraban estos hombres. La lepra era una enfermedad contagiosa que afectaba inicialmente la piel, pero que incluso podía causar daño de los órganos internos y hasta producir la muerte. El desfiguramiento, las llagas en la piel, el mal olor, y la pérdida de sensibilidad en las áreas afectadas eran algunos de los síntomas de esta enfermedad. Literalmente las personas diagnosticadas con lepra se iban muriendo en vida. Pero en los tiempos de Jesús, el dolor físico no era el único sufrimiento que tenía la persona que padecía de esta terrible enfermedad; según la ley, la persona diagnosticada con lepra, al ser una enfermedad contagiosa, debía ser apartada y dejada afuera del campamento o de la ciudad, lejos de su familia, de sus amigos, de su trabajo, etc, y no podían regresar a la ciudad hasta que estuvieran completamente sanos. Lamentablemente en aquellos días no había cura o tratamiento alguno para esta terrible enfermedad. Así que, prácticamente el tenedor de lepra estaba condenado a morir en vida literalmente, cayéndose su piel a pedazos hasta encontrar la muerte alejado de sus seres queridos y sumidos en una profunda tristeza o depresión.
Esta era la condición de estos 10 hombres, una condición miserable. Pero CLAMARON por MISERICORDIA, y le llamaron SEÑOR, reconociendo su Señorío; y rogaron, suplicaron, por Su misericordia, viendo al Señor Jesucristo de forma implícita como su única fuente de sanidad y salvación ante la muerte.
Estos mismos somos nosotros, solo que nuestra condición era más miserable y más grave aún. Nuestra enfermedad no solo mataba el cuerpo, sino también llevaba nuestra alma a la muerte eterna, a la condenación eterna, esa enfermedad llamada pecado nos tenía un lugar reservado en el infierno. Pero al igual que estos diez hombres, cuando reconocimos el Señorío de nuestro glorioso Salvador Jesucristo, cuando clamamos a Él por misericordia, y nos postramos ante El por su obra salvadora en la cruz del calvario, fuimos curados. El ha quitado el pecado de nuestra vida y nos ha justificado, sanándonos para siempre de aquella enfermedad, y por la fe en el Hijo de Dios nos ha sido dado el regalo de la salvación.
En segundo lugar, analizaremos la respuesta de Jesús a la necesidad y clamor de estos hombres. El texto es claro y nos dice que cuando El los vió inmediatamente actuó, no se quedó impávido ni ignoró la necesidad y el clamor de aquellos hombres, sino que fue movido a misericordia y les dijo: “Id mostraos a los sacerdotes”. Estas palabras hacían referencia a lo que se debía hacer según la ley cuando una persona era sana de lepra, debía presentarse ante el sacerdote quien tenía que verificar la sanidad, y ofrecer sacrificio en honor a Jehová antes de permitirle de nuevo la entrada en el campamento. Es decir, Jesús les dijo ustedes serán sanados, ahora vayan y háganse verificar de los sacerdotes. Pero físicamente esta sanidad no había ocurrido aún, ya que el verso continúa diciendo que no fue sino hasta que iban de camino que fueron limpiados. En otras palabras, Jesús les dice id; aún no han sido curados, pero obedezcan, se curarán por el camino. Los leprosos aún no habían visto un cambio físico en sus cuerpos, pero obedecieron. El Señor demanda obediencia, aún sin nosotros ver; ellos no pidieron pruebas, no reprocharon, no negociaron, no preguntaron ni cuestionaron, solo obedecieron y mientras iban de camino fueron limpiados. Esto claramente nos muestra que no estamos llamados a ver y luego a hacer, no estamos llamados a negociar con Dios y luego obedecer, no, de ninguna manera. Estamos es llamados a obedecer el mandato de nuestro Señor por medio de Su Palabra, y luego veremos lo que El quiera hacer conforme a su Perfecta Voluntad, conforme a Su Misericordia y Soberanía, lo que El quiera, cuando El quiera, y como El quiera; Por lo tanto, no reclamo, no arrebato, no decreto, no exijo, simplemente clamo, ruego por misericordia, obedezco a Su Palabra, y dependo de Su soberana y Perfecta Voluntad. Ahora, El nos ha expresado Su voluntad por medio de Su Palabra, y estamos llamados a obedecerla, y aunque Dios no tiene ninguna obligación de darnos nada, de su pura voluntad nos ha adoptado como sus hijos por medio de Jesucristo según Efesios 1: 5-8, porque El quiere, no merecemos su salvación, no merecemos su perdón, no merecemos ser sus hijos, todo lo contrario, merecemos la muerte por nuestro pecado, pero él no nos da lo que nos merecemos, todo lo contrario, nos da el bien que no merecemos en Su Hijo Jesucristo para salvarnos y librarnos de la condenación eterna. Si esto no produce gratitud en nosotros, entonces, no hemos entendido la obra salvadora y redentora en nuestro favor. (Romanos 5:8).
Por último, analicemos la respuesta de estos 10 hombres, según el v 15, sólo uno volvió glorificando a Dios a gran voz, la pregunta sería ¿Dónde estaban los otros 9? Acaso no eran 10 los enfermos y 10 los que fueron sanados?. Esto nos muestra la condición del ser humano, somos ingratos por naturaleza. Todos recibieron la sanidad, pero solo uno regresó a dar gloria a Dios y a postrarse en tierra a dar gracias. Los otros aun recibiendo el milagro no regresaron. Esto nos recuerda al pueblo de Israel al salir de la esclavitud en Egipto. ¿Acaso todos no vieron las maravillas de Dios golpeando a los Egipcios con las 10 plagas para que los liberaran? ¿Acaso todo el pueblo no vio la protección de Dios al abrir el mar rojo para que pasaran en seco y fueran librados de la espada de faraón? ¿Acaso todo el pueblo no vio el cuidado de Dios por medio de la columna de nube y la columna de fuego durante el día y la noche respectivamente? ¿Acaso no fue todo el pueblo alimentado con codornices por la tarde y pan del cielo o Maná en las mañanas? Evidentemente todo el pueblo fue testigo de estas y muchas otras bendiciones inmerecidas de parte de Dios, pero no dieron gracias. Al contrario, tenían un corazón ingrato y quejumbroso según Números 14:1-35, y esta ingratitud provocó la ira de Dios sobre toda aquella generación.
La pregunta fundamental de este estudio es ¿cuál es tu respuesta al favor inmerecido de parte de Dios hacia tu vida? ¿Eres de los que se han olvidado de las maravillas de Dios? ¿Has olvidado que tu condición y la mía era igual o peor que la de los 10 leprosos? ¿Has olvidado que también estábamos condenados a muerte? ¿Acaso has dejado de tener un corazón agradecido porque aún sin darte cuenta crees que tienes lo que te mereces? ¿Vives quejándote de todo y no viendo las maravillas de Dios a tu alrededor como el pueblo al salir de Egipto? ¿Estás en el grupo de los que recibieron una oportunidad de vida y nunca regresaron a glorificar a Dios ni a darle gracias o tienes en tu corazón la actitud de aquel samaritano que regresó a glorificar al Señor? ¿Tienes la actitud de aquel que postrándose rostro en tierra agradecía porque entendía que no merecía más que la misma muerte, pero que por gracia y misericordia de nuestro Señor Jesucristo fue librado de la muerte segura en el exilio?
Amados hermanos el creyente debe tener una vida de gratitud. El milagro que Dios ha hecho en nosotros por medio de la fe en nuestro señor Jesucristo es más que suficiente para vivir eternamente agradecidos con El. Así como su redención y su poder son eternos sobre nosotros y tienen efectos eternos sobre nuestra vida, del mismo modo nuestra gratitud por ese bien inmerecido debe ser por la eternidad. No tenemos otra opción sino postrarnos rostro en tierra y agradecer todos los días Su misericordia y Su amor.