¡PREDICA HERMANO, PREDICA!

¡Predi1 Cor. 1:21: Pues ya que en la sabiduría de Dios, el mundo no conoció a Dios mediante la sabiduría, agradó a Dios salvar a los creyentes por la locura de la predicación. 

El apóstol Pablo escribe estas palabras estando en Éfeso alrededor del año 54 al 55 d.C. y envía esta carta inspirado por Dios a la iglesia en Corinto como respuesta a un informe que recibió por algunos hermanos de esa iglesia que describían algunos de los problemas que se estaban presentando (1 Cor. 1:11) entre los cuales podemos encontrar: 

  • División, falta de unidad (1 Cor. 1:11-12), (11:18)

  • Pleitos entre ellos (1 Cor. 6:7 -8) 

  • Algunas prácticas paganas estaban influyendo en la iglesia ( 1 Cor. 10:20-22).

Problemas que sin lugar a dudas aplican para la iglesia de nuestros días, pero ¿por qué estaba pasando esto en Corinto? En aquellos años Corinto era la capital de la provincia Romana de Acaya, que abarcaba la mayor parte de la antigua Grecia; esto la hacía un centro de comercio que atraía a personas de todo el imperio, era una ciudad muy diversa y muy amplia no solo en culturas y costumbres sino también en términos religiosos, prácticas idólatras, templos, santuarios, prostitución, entre otros tipos de adoración a ídolos y falsos dioses como Afrodita; y de cierta manera la iglesia en este lugar necesitaba urgentemente escuchar la voz de Dios por medio del apóstol Pablo. 

En este contexto fue escrita la primera carta a los Corintios. Estas eran las necesidades primordiales de esta iglesia en aquel momento, y Pablo les dice “Porque la palabra de la cruz es locura a los que se pierden” (1:18). La palabra usada para “locura” en este versículo viene del griego “moria” que significa algo absurdo, algo tonto, algo insípido, hacer tonterías, perder el saber. Y esta misma expresión “locura” es utilizada cuando leemos los versículos 18, 21 y 23. Sin duda surge un interrogante: ¿Por qué para los gentiles (Romanos y Griegos) predicar a Cristo crucificado era una locura? No cabe duda de que los Romanos eran el imperio más poderoso del momento, su capacidad económica, estratégica y militar no tenían comparación en aquellos días, y para ellos el pensar que el Salvador del mundo fue ese judío que murió como un malhechor en una cruz colgado de la manera mas vergonzosa de la epoca no hacia sentido en sus cabezas sedientas de poder. Así como tampoco hacía sentido para la sabiduría humana de los griegos de aquellos días para quienes el mensaje de la cruz era demasiado simple y no encajaba con su ciencia, ni con su filosofía, ni con sus artes tan reconocidas en aquellos días. Y que decir de los judios para quienes el mensaje de la cruz era un tropezadero (1:23) cuya palabra literalmente significa “escándalo, ofensa, piedra de tropiezo” porque no podían creer que su libertador, aquel de quien esperaban que los libertara de la opresión del imperio romano hubiera muerto como un vil pecador o criminal. Por todas estas razones el mensaje de Cristo crucificado en aquella época era muy impopular y más que impopular era una locura. Algo que a la luz de la lógica humana no tenía sentido. Algo muy similar ocurre en nuestros días. En un mundo que también está sediento de dinero y poder, como los romanos de aquella época, sediento de reconocimiento y capacidad intelectual humana, como los griegos de aquella época y sediento de un “dios” que resuelva todos sus caprichos, como si fuera el genio de una lampara, como los judios de aquella época. 

Por todo esto se hace urgente hoy la predicación de la cual se habla en el versículo 21, así como se hizo urgente esta misma predicación en aquellos días. Pero, ¿cuál es la esencia de esta predicación de la cual se habla en el verso 21? Esta palabra predicación viene de la raíz griega “kerugma o kerusso” que significa proclamación del evangelio, gritar, desempeñar el cargo de un heraldo. En la antigüedad un heraldo era un mensajero o un vocero del rey. Recordemos que en aquellos días no había correo electrónico, ni mensajes de texto entre otros. Por lo tanto el heraldo llegaba a un lugar en representación del rey y decía literalmente las palabras y ordenanzas del rey. De ninguna manera podía emitir su propio mensaje, ni sus opiniones o lo que a él le parecía. Su función era hablar las palabras del rey. Miremos el ejemplo de Jesús en Juan 7:16-18 y en Juan 12:49. Jesús mismo no habló por su propia cuenta; Y, ¿quiénes somos nosotros para hablar lo que a nosotros nos plazca? ¿Acaso estamos llamados a evangelizar con un sueño que tuvimos, o con nuestro testimonio personal o con nuestra canción favorita o con nuestras opiniones personales? De ninguna manera. Sin duda alguna nuestra predicación debe ser como la de un heraldo que proclama y anuncia las palabras de nuestro Rey de reyes y Señor de señores. 

Aunque para la sociedad en la que vivimos esta predicación sea una locura. Es nuestra responsabilidad (por no decir que nuestra obligación como respuesta a un mandato expreso de nuestro Rey) hablar del mensaje de Cristo crucificado y resucitado, muriendo y tomando el lugar de nosotros los pecadores, recibiendo sobre sí mismo el castigo que sin duda merecíamos por consecuencia de nuestros pecados y trasladándonos su justicia por medio de la fe. Porque “al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él” (2 Corintios 5:21).

Así que, ¡predica hermano, predica! Y hazlo como un heraldo llevando literalmente las palabras de nuestro Rey, porque la eternidad solo depende de Dios. Pero él ha dejado la locura de la predicación para salvar a los creyentes. “Y todo esto procede de Dios, quien nos reconcilió consigo mismo por medio de Cristo, y nos dio el ministerio de la reconciliación; a saber, que Dios estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo mismo, no tomando en cuenta a los hombres sus transgresiones, y nos ha encomendado a nosotros la palabra de la reconciliación” (2 corintios 5:18-20).

¡Predica Hermano, Predica!

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