Sermón del Monte: Bienaventurados los de limpio corazón

Mateo 5:8 “Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios.”

 

En este estudio del sermón del monte hemos visto como cada bienaventuranza está ligada a la anterior, como los eslabones de una cadena. Nuestro Señor Jesucristo expone las características, el carácter espiritual de aquel que es un ciudadano del reino de los cielos, de aquel que por Gracia y Misericordia Divina ha sido hecho hijo de Dios. Y dentro de ese carácter espiritual encontramos que la base de todo el edificio está en reconocer nuestra condición, nuestra pobreza espiritual, nuestra necesidad de un Salvador porque por nuestros propios méritos es simplemente imposible, pero no es solamente reconocer nuestra condición, sino lamentarnos por ella, sentir el dolor, la tristeza que es por el pecado la cual nos lleva al verdadero arrepentimiento. El verdadero ciudadano del reino de los cielos vive una vida de arrepentimiento y humillación continua delante de Dios, una vida de mansedumbre y sometimiento a la Voluntad de Dios. Pero también nace de un corazón regenerado un deseo, un hambre por lo Divino, por lo santo, por lo justo, y es consciente de cuánto ha sido perdonado, valora la misericordia que ha recibido y es capaz entonces de ser misericordioso con los que le rodean. Es así como llegamos a la sexta bienaventuranza, bienaventurado aquel que es limpio de corazón

Lo primero a tener en cuenta es entender qué significa tener un corazón limpio. En la cultura de nuestros días, hemos escuchado expresiones como: esta persona es “buena gente” o “ esta persona es de buen corazón”, como si fuera algo natural del ser humano. Pero la Escritura es clara al decir que el corazón humano está corrompido por el pecado (Jeremías 17:9). Por eso, cuando Jesús habla de los "limpios de corazón", no está hablando de personas con buenas intenciones naturales, ni de aquellos que simplemente se portan bien o hacen obras moralmente buenas, porque al final, por más piadosas que sean las obras externas, en el corazón de cada individuo descendiente de Adán hay un corazón perverso y corrompido por el pecado. 

Entonces, la palabra griega utilizada aquí para "limpio" es "katharos", que significa puro, sin mezcla, sin contaminación, sin doblez. Así que, el verdadero creyente, el ciudadano del reino de los cielos tiene un corazón sin contaminación, sin mezcla, no se trata solamente de una limpieza moral, sino de pureza interna, espiritual, profunda. Es un corazón sin hipocresía, sin máscaras, sin doble vida, sin apariencias frente a los demás, sino con sinceridad delante de Dios, no en apariencias religiosas, sino con motivaciones puras, con devoción genuina a Dios, con una fe real desde lo profundo del ser. 

Cuando el texto hace referencia al corazón, obviamente no se está refiriendo al órgano que bombea sangre a todo nuestro cuerpo, hace referencia a nuestro ser interior, a lo que nos hace personas, se refiere a nuestra mente, a nuestra voluntad y nuestras emociones, es decir, la personalidad del ciudadano del reino de los cielos es pura y limpia en pensamientos, en emociones y en acciones. La pregunta obligada a esta altura del estudio es entonces, ¿cómo un ser humano con un corazón contaminado por el pecado puede tener un corazón con las características de pureza descritas anteriormente? Esta pregunta nos lleva al segundo punto de esta enseñanza. 

En segundo lugar es fundamental dejar en claro que un ser humano con un corazón corrompido por el pecado como el que describió el profeta Jeremías no puede tener por sus propios medios un corazón limpio ni puro, entonces, ¿a que se refiere esta bienaventuranza? ¿como podemos tener un corazón limpio?. Sin duda alguna el contexto de este texto es fundamental, entendiendo las bienaventuranzas como una secuencia progresiva no puede haber un corazón limpio sin antes haber reconocido la condición de pecado, sin antes haber arrepentimiento, sin someterse con mansedumbre a la voluntad de Dios, sin anhelar la justificación Divina, y sin haber sido objeto de la Misericordia de Dios. O en otras palabras el corazón limpio es el resultado de la obra de Dios en el corazón de aquel que ya ha pasado por las anteriores bienaventuranzas. Sin duda alguna un corazón limpio es el resultado de la obra de Dios en nuestro favor por medio de la fe en nuestro amado Señor Jesucristo y la obra del Espíritu Santo en nuestra justificación y santificación. Es un proceso continuo, donde Dios nos limpia cada día más, pero que comienza con la obra de Cristo en la cruz. El mismo Rey David reconoce que el corazón limpio es obra exclusivamente de Dios en la vida del hombre (Salmo 51:10). Ese fue el clamor de David. No pidió simplemente perdón, sino una nueva creación en su interior. No basta con cambiar nuestras acciones externas; necesitamos que Dios cambie nuestras intenciones, nuestros deseos, nuestras motivaciones, nuestros pensamientos y emociones. 

Sin duda esta verdad rompe todo orgullo humano: el corazón limpio no es una obra nuestra, es una obra de Dios. Simplemente el ser humano no puede limpiarse a sí mismo, ni por obras, ni por disciplina religiosa, ni por comportamiento ético o moral, veamos lo que dice Tito 3:5. La regeneración es el acto de Dios en el cual Él transforma el corazón de piedra en un corazón sensible, limpio, y vivo. Como lo vimos hace unos martes en clases de formación, Dios hace nacer en nosotros un corazón nuevo, limpio, puro, para la gloria de Su Nombre, todo por medio de la fe en Cristo Jesús según 2 Corintios 5:17. 

Sin embargo, después de haber sido regenerado, el creyente participa en una vida de santificación, en la cual Dios continúa limpiando su corazón por medio de la Palabra, la oración, el arrepentimiento diario y la obediencia. Esto lo vemos claramente en 2 Corintios 3:18 "Así que, todos nosotros, a quienes nos ha sido quitado el velo, podemos ver y reflejar la gloria del Señor. El Señor, quien es el Espíritu, nos hace más y más parecidos a él a medida que somos transformados a su gloriosa imagen". versión NTV. 

Por  último, esta bienaventuranza contiene una de las promesas más gloriosas de toda la Escritura: “ellos verán a Dios.” Y al igual que las bienaventuranzas anteriores esta promesa tiene dos componentes, una acción aquí a ahora en la tierra y una en la eternidad. En primera instancia el verdadero creyente, el Cristiano regenerado puede ver a Dios ahora mismo en la tierra, no con sus ojos físicos, sino con los ojos de la fe. Lo vemos claramente en Su Gloriosa Palabra, en Su creación, en Su obra redentora, en la regeneración o nuevo nacimiento en cada uno de nosotros, en su guía día a día por medio de Su Espíritu Santo, y en la comunión con los hermanos. 

Pero también es una promesa que se completará en la eternidad según 1 Juan 3:2. Esta es la mayor motivación del verdadero ciudadano del reino de los cielos; veremos a Dios cara a cara en la eternidad, sin velos ni barreras, cuando seamos completamente santificados y glorificados en Cristo. Ver a Dios es el mayor privilegio de la vida cristiana, es la meta final, la recompensa suprema. Pero no todos verán a Dios, solo los que han sido limpiados interiormente. Esta promesa no es para los religiosos, ni para los que aparentan, sino para aquellos cuyo corazón ha sido transformado por Dios.

Es momento de analizarnos frente a este espejo, ¿como está nuestro corazón? ¿Cómo son nuestras motivaciones? ¿Soy realmente limpio en mi mente, mi voluntad y mis emociones? Sin duda Dios no está buscando perfección, pero si busca sinceridad, un corazón limpio no es un corazón perfecto, sino uno que odia el pecado, se arrepiente de él, busca a Dios con humildad y verdad y se deja moldear conforme a Su Imagen. La buena noticia del evangelio es que Dios no exige que tú limpies tu corazón por tus propias fuerzas. Él mismo ha provisto el medio para purificarte: la sangre de su Hijo Jesucristo (1 Juan 1:7). Gloria a Dios Padre por Cristo Jesús nuestro Señor y Salvador y Su Espíritu Santo quien limpia nuestro corazón!.

Photo by Kampus Production

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