Sermón del monte: Bienaventurados los pacificadores
Mateo 5:9 “Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios.”
A lo largo de este estudio del sermón del monte hemos visto como Dios nos ha exhortado por medio de su Palabra a la humildad, al arrepentimiento, a la mansedumbre, a someternos a Su voluntad, a la misericordia, al perdón, a anhelar la justificación que es por la fe en Cristo, a anhelar lo santo, lo divino, al nuevo nacimiento, a la santificación progresiva, entre otros temas de profundo impacto para cada uno de nosotros, todos ellos como consecuencia progresiva de la obra de Dios en nosotros como creyentes. Por gracia y misericordia Dios ha puesto en nosotros en alguna medida estas características por medio de la Fe en Cristo Jesús al hacernos nacer de nuevo para la gloria de Su Nombre, carácter espiritual que debemos someter a Dios para ser moldeado y fortalecido por la obra de Sus Perfectas manos día a día. Y hoy estaremos viendo a la luz de la Escritura una parte fundamental del carácter del verdadero ciudadano del reino de los cielos: “Bienaventurados los pacificadores”.
En primer lugar, para entender esta bienaventuranza debemos comenzar aclarando que ser pacificador no es ser simplemente amante de la tranquilidad, ni una persona que evita los conflictos, o que no dice nada para evitar una confrontación. Jesús habla aquí de algo mucho más profundo. La palabra utilizada en el original griego es (eirēnopoioi), formada por eirēnē (paz) y poieō (hacer). Literalmente significa “hacedor de paz”. No se trata de alguien pasivo, sino de alguien que trabaja activamente por La Paz. Ahora, es fundamental en este primer punto ampliar un poco que no es quedarse callado para evitar una confrontación; pensemos por un momento en los apóstoles, ellos decidieron hablar y confrontar el pecado por medio de la predicación del evangelio, no se quedaron callados frente a un imperio que quería callarlos a toda costa, y estuvieron dispuestos a morir literalmente por la proclamación del evangelio de Jesucristo, así este evangelio confrontara directamente a su audiencia y acusara y enjuiciara directamente a sus contradictores. Miremos un ejemplo aún más reciente, hace 508 años Dios le quitó la venda a un hombre llamado Martín Lutero y le permitió entender por medio del estudio del libro de Romanos que la salvación es solamente por medio de la fe en Jesucristo, que las indulgencias y las penitencias practicadas por la iglesia católico-romana de sus días no eran el camino a la salvación. Y decidió levantarse en contra de esa iglesia, decidió defender la verdad Bíblica incluso a expensas de su propia vida. Esta confrontación exponiendo sus 95 tesis en la iglesia del castillo de gutemberg en 1517 fueron la base de la reforma protestante que hoy en día conocemos como las 5 solas: Solo Escritura, la Biblia es la Palabra de Dios y la única y máxima autoridad. Sola fe, la salvación es solamente por medio de la fe en Jesucristo. Sola Gracia, la salvación es un regalo inmerecido de parte de Dios y no por méritos humanos. Solo Cristo, quien es es único mediador entre Dios y los hombres. Y solo a Dios sea la Gloria, toda gloria y adoración pertenecen solo a Dios y no a los hombres ni a la iglesia. Sin duda estas palabras en la sociedad de aquellos días eran una ofensa y un ataque directo para la iglesia mentirosa y abusiva de esa época, pero aquellos reformadores no tuvieron miedo de alzar la voz y defender su fe en Jesucristo y su evangelio de salvación expuesto únicamente en las Sagradas Escrituras. Ellos no se quedaron callados para evitar un conflicto, ellos no se rindieron ante un orden político y religioso contrario a la Escritura, ni vendieron sus principios. Ahora veamos por último al ejemplo por excelencia, nuestro Señor Jesucristo, el Príncipe de paz; quien cuando tuvo que hablar y entrar en conflicto no dudó en hacerlo, por ejemplo no fue El quien levantó a los mercaderes del templo con un azote de cuerdas y volteo patas arriba las mesas de los cambistas que habían convertido la casa de oración en una cueva de ladrones? (Juan 2:13-16). No fue Cristo mismo quien le dijo a las autoridades religiosas de la época que eran unos hipócritas? (Mateo 23:13) No fue El quien cuestionó a los ricos egoístas que tenían prioridades equivocadas? (Marcos10:20-25). Entre muchos otros ejemplos a lo largo de los evangelios.
Entonces, vemos por medio de la Escritura que ser pacificador no es quedarse callado para evitar un conflicto, o aceptar sin decir nada ante la injusticia, no, de ninguna manera. Todo lo contrario, esta actitud pasiva y temerosa Cristo mismo la condena en Mateo 10: 32-38. El sabía que las palabras de su evangelio no iban a traer paz a la tierra sino espada, iban a incomodar, iban a confrontar al pecador, iban a traer espada como ocurrió con sus apóstoles y con todos aquellos mártires que se levantaron para proclamar la verdad de Cristo y fueron asesinados a espada por un mundo pecador. Cristo no vino para buscar aceptación o evitar un conflicto, Cristo vino a traer la verdadera paz, la eterna, la que no depende de las circunstancias ni cambia con las culturas o costumbres, La Paz de Cristo no es la que el mundo ofrece, es la suya propia, la verdadera: la reconciliación entre el Creador y sus criaturas, la justificación que es por medio de la fe en El, la salvación de nuestras almas (Romanos 5:1).
En segundo lugar, este versículo Romanos 5:1 nos expone la fuente de la verdadera paz, Cristo mismo. Ya habiendo sido reconciliados con Dios, nos convertimos en instrumentos de reconciliación por medio de la predicación de Su evangelio, eso es ser un verdadero pacificador. Ahora, el pacificador no busca una “paz a cualquier precio”. La paz bíblica no se construye sacrificando la verdad o la justicia, sino exponiéndolas, hablando y viviendo de ellas. La verdadera paz no es la ausencia de conflicto, sino la reconciliación entre Dios y el hombre por medio de la fe en Jesucristo, y si la predicación de este evangelio produce un conflicto debemos estar dispuestos a afrontarlo con valentía y convicción. Por tanto, ser pacificador no es esconder el pecado, ni guardar silencio ante la injusticia, sino trabajar por la restauración de aquello que ha sido dañado por el pecado por medio de la predicación del evangelio con nuestras palabras y también con nuestras acciones. Recordemos que antes de la obra de Cristo, éramos enemigos de Dios; nuestra mente estaba en guerra con Su voluntad. Pero Cristo, el verdadero Pacificador, vino al mundo a reconciliarnos con el Padre mediante la cruz. Colosenses 1:20 dice que Él “hizo la paz mediante la sangre de Su cruz”. Así que el punto de partida de todo pacificador es haber sido reconciliado con Dios, solo quien ha experimentado esa paz interior puede llevar paz a otros, mis amados hermanos el verdadero pacificador es el que predica y vive esa justificación que es por medio de la fe en Jesucristo, y está dispuesto a pagar el precio por ello, porque sin duda recibiremos señalamientos, acusaciones, rechazo de una sociedad corrompida por el pecado, pero nuestro amor por nuestro Señor Jesucristo debe ser tan grande que tengamos todo esto por algo menor.
Por ultimo “Porque ellos serán llamados hijos de Dios”. Esta es la recompensa gloriosa de los pacificadores. En Cristo Jesús, Dios nos hace sus hijos, nos ha dado ese privilegio, nos ha adoptado, esa es nuestra identidad. Pero la expresión “serán llamados” también hace referencia a que los demás nos llamarán de esa manera porque es visible en nosotros que tenemos esa paz y vivimos conforme al Príncipe de Paz, conforme a Su amor, Su entrega, Su humildad, Su mansedumbre, Su misericordia, etc. O en otras palabras Dios mismo nos llama Sus hijos, y los demás, al ver nuestra forma de vivir pueden reconocer en nosotros la imagen de nuestro Padre.
Es momento de preguntarnos si ¿Somos verdaderos pacificadores o simples amantes de la tranquilidad?, si ¿Buscamos la reconciliación o guardamos resentimientos en el corazón? ¿Si nuestras acciones muestran el deseo de agradar a nuestro Padre o el deseo de ser aceptados por una sociedad corrompida por el pecado? Recordemos que no hay paz verdadera sin el Príncipe de Paz. Y la buena noticia del Evangelio es que el mismo Dios que nos reconcilió consigo mismo nos da Su Espíritu para hacernos instrumentos de Su Paz.
Photo by eberhard grossgasteiger

