Sermón del Monte: La mansedumbre, característica del creyente

“Bienaventurados los mansos porque ellos recibirán la tierra por heredad.” Mateo 5:5 


Ya hemos visto que lo que conocemos como el Sermón del Monte es la constitución del reino de los cielos. Ahí, el Señor Jesucristo expresó las leyes del reino que rigen a los ciudadanos del reino. Los que hemos creído en Cristo Jesús como Señor y Salvador somos ciudadanos de ese reino (Efesios 2:19). “Así que ya no sois extranjeros ni advenedizos sino conciudadanos de los santos y miembros de la familia de Dios.” Por lo tanto, ya estamos viviendo en ese reino aquí en la tierra según lo indica Lucas 17:20-21 (El reino de Dios no vendrá con advertencia, ni dirán: Helo aquí o helo allí porque he aquí el reino de Dios está entre vosotros). Esto no es otra cosa que vivir bajo el gobierno de Dios. Así que las leyes expresadas en este mensaje de Cristo son las que deben regir nuestras vidas como creyentes en Cristo Jesús. Por supuesto, esas leyes no son las escritas en piedra bajo el Antiguo Pacto, sino las que Dios prometió que escribiría en el corazón (Jeremías 31:33) bajo el Nuevo Pacto lo cual es posible como resultado del nuevo nacimiento. Son las mismas leyes morales de Dios porque Él no cambia, pero ahora en el Nuevo Pacto no se trata de cumplirlas para ganar la salvación, sino que las practicamos porque es el comportamiento natural del que ha nacido de nuevo. Están escritas en el corazón (Ezequiel 11:19; 36:25-27). 


También hemos visto que este Sermón del Monte empieza con las bienaventuranzas que describen las características que identifican al ciudadano del reino de los cielos. Las bienaventuranzas describen el carácter del creyente el cual vemos que se trata de un conjunto completo. Y si en la vida del creyente se manifiesta este conjunto completo de cualidades, también disfrutará del conjunto completo de bendiciones y privilegios que se derivan de ellas. Estas bendiciones o privilegios son las que nos hacen bienaventurados. ¿Qué significa ser bienaventurado? Ser bienaventurado se refiere al extremo gozo que experimenta aquel que participa del carácter de Dios en su vida y disfruta de estar bajo la cobertura del gobierno perfecto de Dios. ¿Quién dice que somos bienaventurados? ¿A los ojos de quién somos bienaventurados? Dios es el que nos declara bienaventurados cuando su Espíritu produce el carácter de Dios en nosotros y nos hace partícipes de su reino. Eso es lo que Dios piensa del creyente. ¿Por qué somos bienaventurados? Porque estamos en armonía con Dios, con las leyes de su reino. Eso nos trae bendición. 


Una de estas cualidades que identifican al verdadero creyente y le hace bienaventurado es la mansedumbre. “Bienaventurados los mansos porque ellos recibirán la tierra por heredad.” ¿Qué significa ser manso? Consideremos algunos pasajes que nos ayudan a entender quiénes son los mansos. En Números 12:1-3, vemos que María y Aarón murmuraron contra Moisés. En ese contexto, la Palabra de Dios señala que Moisés era muy manso, más que todos los hombres de la tierra. ¿Por qué Dios hace ese señalamiento en ese momento? ¿Cuál fue la reacción de Moisés ante la murmuración de sus hermanos? No dijo nada. No creó ningún escándalo. Moisés soportó la murmuración sin defenderse ni decir nada y Dios lo llamó manso. Además, sabemos todas las cosas que Moisés tuvo que soportar del pueblo de Israel durante su travesía por el desierto. Esto nos da a entender que la mansedumbre tiene que ver con soportar la ofensa de manera calmada, con paciencia. 


Luego en Efesios 4:1-2, leemos “Yo pues, preso en el Señor, os ruego que andéis como es digno de la vocación con que fuisteis llamados, con toda humildad y mansedumbre, soportándoos con paciencia los unos a los otros en amor”. En este pasaje, el apóstol Pablo nos pide que vivamos como es digno del llamado a salvación que hemos recibido. Esa manera digna de vivir es, entre otras cosas, con mansedumbre o siendo mansos. Luego dice: soportándoos unos a otros. Una vez más, esto nos da a entender que ser mansos tiene que ver con soportar las ofensas.


En Mateo 21:5, se cita la profecía del Antiguo Testamento acerca de la entrada de Jesús a Jerusalén. Ahí dice del Señor Jesús: “He aquí, tu Rey viene a ti, manso y sentado sobre una asna…”. Luego Él mismo dice, en Mateo 11:29, “Llevad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde corazón…”. Todavía más, el apóstol Pablo, en 2 Corintios 10:1, habló de la mansedumbre de Cristo: “Yo Pablo, os ruego por la mansedumbre y ternura de Cristo…”. ¿Quién soportó los vituperios más que Cristo? Entonces, tenemos que concluir que ser mansos significa primeramente tener la capacidad de soportar las ofensas respondiendo de una manera apacible. Ser manso también implica ser amable con los demás, aunque no lo sean con nosotros. ¿Será fácil? Puede serlo si miramos al futuro y dejamos todo en las manos del Señor como hizo Moisés y como hizo Cristo. En Números 12, vemos que Dios se encargó de María y de Aarón y en Isaías 53:10-12, vemos que mansedumbre de Cristo tuvo su fruto.  


En las epístolas, vemos varios pasajes donde vemos ejemplos de cómo aplicar la mansedumbre en la conducta del creyente. 1 Timoteo 6:11, el apóstol Pablo insta a Timoteo a seguir la mansedumbre en su ministerio y, en 2 Timoteo 2:24-25, vuelve a aconsejarle que corrija con mansedumbre a los que contradicen la doctrina. En el versículo 24, le dice que el siervo del Señor debe ser amable lo que nos indica que la mansedumbre tiene que ver con la amabilidad. En Gálatas 6:1, el apóstol Pablo instruye a la iglesia a restaurar con espíritu de mansedumbre a los que son sorprendidos en una falta. El apóstol Pedro también escribe sobre esta cualidad. En 1 Pedro 3:15 dice: “…estad siempre preparados para presentar defensa con mansedumbre y reverencia ante todo el que os demande razón de la esperanza que hay en vosotros”. ¿Qué implica todo esto? Si nos rechazan, no debemos enojarnos y tratar mal a las personas, sino soportar y ser amables en todo momento. La corrección hay que hacerla, la defensa hay que hacerla, pero con mansedumbre, es decir, soportando con amabilidad la conducta de los demás. 

Cuando somos mansos, estamos aprendiendo del Señor Jesucristo. Se ve el fruto de Espíritu Santo en nosotros (Gálatas 5:22-23).   


¿Cuál es la recompensa de los mansos? Se esperaría que los mansos por ser pacientes, amables y soportar no llegan a ningún lado. No alcanzan el éxito porque los demás pasan por encima de ellos. Según este mundo, son los duros y desafiantes, los que buscan su propia venganza los que tiene éxito en la lucha por la existencia. Sin embargo, la manera de Dios es diferente a la del mundo. Dios dice que son los mansos los que heredarán la tierra. ¿Cuál tierra? Esta tierra. ¿Por qué? Porque un día Cristo reinará aquí en la tierra y los que tienen dominio propio para soportar y manejar la autoridad con amabilidad y paciencia reinarán con Él (Apocalipsis 20:6; Judas 1:14). En Salmos 37:7-13, está expresado claramente el pensamiento de Dios respecto a la herencia de los mansos frente a lo que hayan tenido que soportar. 


Finalmente, es importante señalar que esta bienaventuranza es un resultado de las anteriores. Los que reconocen su condición de miseria espiritual y se lamentan por ella ante Dios pueden soportar las ofensas con una actitud amable, apacible, paciente y humilde porque la conciencia de nuestra condición nos permite ver a los demás como Dios nos ve a nosotros. 

Foto: Pexels

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